CIUDAD DE MÉXICO, 23DICIEMBRE2024.- La posada está por empezar. Los vecinos, abrigados con suéteres y chamarras para mitigar el frío de las noches decembrinas, se reunen con algunas velas prendidas frente a los “cerritos”, altares que simulan el cerro del Tepeyac, adornados con flores arriba de los cuales está colocada la figura de la Virgen de Guadalupe, a quien los congregados rezan antes de iniciar el recorrido. Los niños soplan los silbatos, es momento de salir. Los vecinos parten junto con Maricela y Adriana Pérez, anfitriones del festejo que desde hace más de diez años viven en la colonia Barrio San Ignacio, en Iztapalapa. Los más pequeños cargan a los peregrinos y la multitud inicia el recorrido entre mototaxis, bicicletas y carros, por las calles de la alcaldía. Una vez terminado el recorrido, después de entonar al unísono el canto tradicional "ora pro nobis" y de haber hecho un último rezo frente al “cerrito” de la calle, la familia Pérez, que albergó su octava posada consecutiva, se encarga de repartir tortas de jamón y ponche a los asistentes. Ya con menos frío y las energías renovadas tras la ingesta de alimentos, los pequeños y los no tan pequeños hacen fila para partir las piñatas, que fueron donadas por la comunidad circundante. Mientras los asistentes forman un semicírculo, el eco del “dale, dale dale, no pierdas el tino” resuena en la calle General Anaya. La piñata comienza a romperse, los dulces caen al suelo junto con una que otra fruta. Cuando el último dulce de la sexta piñata es resguardado por algún niño empecinado en recolectar hasta la más diminuta golosina, la posada termina. Mientras caminan a casa los pequeños presumen el botín momentáneo que tendrán que reabastecer con otra piñata en la siguiente posada. FOTO: ROGELIO MORALES /CUARTOSCURO.COM
Autor: Rogelio Morales Ponce
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