Muxhes. Juchitán, entre Velas y veladuras

por Abraham Nahon*

 

 

 

©Mónica González
 

Del Istmo de Tehuantepec sigue brotando una exuberante imaginación. Su fuerza comunitaria y visual puede estimular ciertas recreaciones oníricas sobre este territorio complejo donde cohabitan entreveradas, mezcladas o friccionándose: tradición y modernidad. Innumerables viajeros y artistas han quedado fascinados por esta región oaxaqueña, al ir conociendo la historia combativa que la sostiene, así como su pródiga naturaleza, diversidad cultural, espíritu festivo y, sobre todo, la presencia de “hechizantes”

mujeres que habitan con orgullo una sociedad señalada como matriarcal. Desde luego, siempre hay algo de verdad y de ficción en tan prometedor arrobo.

Las imágenes que Mónica González ha logrado captar desde el año 2009 en Juchitán, nos permiten vigorizar esta desmitificación y atisbar una realidad que ejemplifica la batalla singular que se libra día a día en esta región del país, referida a los derechos sexuales y civiles por los que luchan diversos grupos de muxhes ante un clima violento y hostil. Los muxhes se sitúan al margen del binomio hombre/mujer, al trascender estas categorías biológicas –la artificialidad de los órdenes taxonómicos que señalaba Foucault−

  para asumir una identidad de género distinta en una cultura zapoteca donde mantienen un rol social específico, otorgando apoyo moral o económico a sus familias y principalmente a la madre.

Originalmente, la fotógrafa esperaba encontrar a Adriana, integrante del grupo de las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro, pero la inclemente realidad cortó de tajo el intento al conocer que meses atrás, Adriana había sido asesinada a golpes hasta quedar irreconocible. Cometió el “nefando pecado”

de creerse mujer y adoptar este rol durante todo el año, fuera de las zonas de refugio donde existe una mayor tolerancia para que los muxhes ejerzan su derecho a la diferencia: el entorno familiar o algunas festividades, principalmente su Vela.

Esta aciaga experiencia condujo a Mónica González a mirar de otra forma a la sociedad istmeña, introduciéndose en la vida familiar y los rituales domésticos que giran alrededor de Estrella (amiga de Adriana), quien al asumirse como muxhe, vive hostigada por prejuicios que van de lo público a lo privado al enfrentar tanto a una sociedad homofóbica como el rechazo paterno y familiar.

Estas fotografías son como fisuras para el régimen patriarcal, a través de las cuales podemos percibir cierta armonía y aceptación que los muxhes logran obtener en el breve universo familiar. Los escenarios, aunque vinculados por el poderío de la temática, son distintos de aquella estética urbana y underground de travestidos y transexuales al estilo de Nan Goldin, mostrándonos más bien una comunidad que vive a la luz del día estas transgresiones sexuales y reivindicaciones desde un entorno comunitario, donde paradójicamente, resalta también en algunas imágenes la visión religiosa y tradicional que restringe las actitudes y formas de pensar que profanan lo convencional.

Son fotografías que se prolongan, rebasando el instante en que fueron captadas para convertirse en historias de vida, haciéndonos testigos del entramado, el entorno, la ambientación y la parsimonia con que Mariano va travistiéndose hasta convertirse en una Estrella, y pasar de los confines de la vida doméstica a la Vela de muxhes donde confluye una comunidad deseosa de experimentar abiertamente su libertad, su alegría provocadora, sus actitudes histriónicas y sus resguardadas fantasías en estas fiestas de color, música, flores, joyería, bulla, ríos de cerveza y desenfadada sensualidad.

El trabajo de Mónica también conmueve por la dignidad y el orgullo que en las fotografías se plasman, registrando de manera solidaria la luz de la diferencia, del regocijo de lo femenino, del orgullo étnico y del escándalo festivo que anima a esta comunidad de intrépidas a gozar estos espacios de emancipación que confrontan un poder patriarcal y conservador.

Desde la mirada audaz de la artista, entramos de golpe en estas realidades subrepticias que dan cuenta de la sensibilidad de todos estos pobladores y personajes que viven en carne propia la violencia de la discriminación, desafiando los prejuicios a través del laborioso trabajo de organización social y activismo político, pero también con un júbilo explosivo que pretende detonar el silencio al que quieren seguir confinándolos.

 

*Editor de Luna Zeta (www.lunazeta.com)

 

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Un comentario

  1. Me resulta algo raro el saber sobre la marginación hacia este grupo social istmeño, cuando en relidad gozan de una gran aceptacion. Una pena en verdad si las cosas han cambiado, soy de la zona, y siguen vivas las tradiciones! Excelente trabajo!

  2. Quizas en el tiempo que se hizo ese reportaje, sucedio ese lamentable suceso, juchitan es de los pocos lugares donde se le da una gran aceptacion a este grupo social, siempre han sido parte de esta comunidad, siendo ellos los que de dan un gran aporte en cuanto a las festividades de mayo, como la elaboracion de trajes, adornos, carros alegoricos, por esa razon se me hace completamente absurda esta nota, si fuera un contexto HOSTIL creo yo misma que la comunidad no dejaria en manos de ellos todo este explendor, por eso hago incapie en que juchitan es de los pocos lugares a nivel nacional, en donde aceptamos a este grupo social

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