LA MIRADA DEL "HOLANDÉS ERRANTE"

El tiempo avanza y retrocede a placer en el estudio de Bob Schalkwijk (Rotterdam, 1933). En un momento, el “holandés errante” platica sobre sus proyectos actuales en el estado de Hidalgo y la exposición Voces de la tierra —la cual exhibe cuatro imágenes suyas en el Museo Nacional de Arte—, y en otro se remonta a 1965: fotografiando la Semana Santa rarámuri en Tehuerichi, Chihuahua, junto con su esposa.
Con motivo del homenaje que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) le rendirá a él, a Christa Cowrie y a Maya Goded, en el 20 Encuentro Nacional de Fototecas, a realizarse los próximos 22, 23 y 24 de agosto en Pachuca, Hidalgo, en el cual se les hará entrega de la Medalla al Mérito Fotográfico, rememora sus inicios y experiencias en un arte que ejerce profesionalmente desde los 24 años, pero en el que, en realidad, se inició desde los 14.
Así, el artista, cuyo archivo personal asciende a medio millón de imágenes, se traslada hasta su natal Holanda, a una exhibición aérea donde, gracias a una pequeña Kodak Brownie, regalo de su padre, captura en sus dos primeras instantáneas el movimiento en picada de un caza Gloster Meteor británico.
Quizá, continúa, crecer en el puerto Rotterdam fue uno de los factores que lo llevaron a la Universidad de Stanford, en Estados Unidos, para estudiar ingeniería petrolera. Sin embargo, “estuve allí poco tiempo, me pareció muy seco y teórico y, obviamente, no sabía ni qué estaba pensando”.
Tras aquella experiencia y dado que, a sus 24 años, había mantenido el gusto por la fotografía, aceptó la invitación de un compatriota holandés de visitar el Valle del Mezquital, en Hidalgo, y fue así que pisó, por primera vez, este país que es su casa.
“Fuimos en un ‘vochito’ a diversas comunidades hñähñú y me impactó la forma en la que la gente nos recibió. El cómo nos hicieron parte de su vida durante tres o cuatro días fue tan atractivo que, poco después, decidí volverme fotógrafo profesional y quedarme en México. El país fue una revelación. Todo era nuevo, especial y fantástico”.
Schalkwijk —quien al momento de la entrevista trabaja en la selección de imágenes para su nuevo proyecto sobre Hidalgo, donde planea mezclar fotos de aquel primer viaje al Mezquital con capturas que aún está por hacer en temporada de campo—– hace una pausa en su narración para buscar un retrato suyo en aquel valle hidalguense, donde por primera vez montó a caballo y probó su primer pulque.
“A un fotógrafo realmente debe gustarle el momento en que sale de la ‘civilización’ y se adentra en las comunidades, donde todo aparece más tranquilo”, incluso, “parte del oficio es adaptación: ¿estás enfermo?, pues ni modo, tienes que aguantar”, añade al traer a la memoria una ocasión en la cual, aún con la salud mermada, se trasladó brevemente a Chihuahua para documentar a los poblados rarámuris durante el invierno.
Lo anterior viene a colación al hablar de la manufactura de su libro, ¿Podrías vivir como un tarahumara? (1975), el cual —editado por su esposa Nina Lincoln y con textos y fotos adicionales del cineasta Don Burgess— recogió algunas de las imágenes que tomó en 1965, durante el primero de los 17 viajes que hasta ahora ha hecho a las comunidades tarahumaras.
Asimismo, y dado que no siempre le fue posible obtener grandes ingresos de aquellas expediciones a la provincia mexicana, abunda cómo, durante los años 60 y 70, dedicó numerosas tomas a la fotografía publicitaria, la cual, a pesar de tener un carácter mucho más ágil que la artística o antropológica, le dejó importantes lecciones.
“Trabajar en catálogos de tiendas departamentales o en retratos publicitarios me permitió aprender mucho, y esa experiencia en iluminación o ángulos, me sirvió años después cuando fotografié las ofrendas de la Tumba 7 de Monte Albán o la colección arqueológica del Museo Amparo”.
Bob Schalkwijk, autor del fotolibro Mexico City (1965) y quien, a finales de 2017, protagonizó una exposición temporal en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo del INAH, la cual mostró 30 fotografías de sus primeros 15 años como profesional, por ahora está enfocado en la clasificación, digitalización y, a veces, en el redescubrimiento de su acervo.
Con la ayuda de seis colaboradores, calcula que al día de hoy han digitalizado 80 mil unidades del referido medio millón de fotos que conforman su archivo.
“En estos casos sucede que uno encuentra fotos que no recuerda haber tomado, de manera que son ‘nuevas fotos viejas’”, bromea con el ejemplo del proyecto Tarahumara, “del cual originalmente pensé tenía dos mil o tres mil imágenes, pero resultó abarcar ocho mil”.
Al hablar sobre lo que le significará recibir la Medalla al Mérito Fotográfico, “el holandés errante” se dice feliz y honrado por la deferencia.
“Quisiera que mi mujer estuviera allí, porque ella me ayudó tremendamente, lo mismo amigos que ahora ya no están. Ya soy viejo, tengo 86 años, me llega la noticia de que me darán este reconocimiento y obviamente me encanta.
“Agradezco al INAH por otorgarme una presea, la cual ha sido entregada a un selecto grupo de artistas de entre los muchos fotógrafos que hay en México. La pondré en un lugar muy especial para que, quienes entren a mi casa, puedan ver que soy muy bueno, ¡quién sabe si en realidad lo soy!, pero yo creo que sí”, declara.
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