LA FOTO, AL RESCATE DE LAS TRADICIONES: EL CASO DE SUCHIQUILTONGO

Texto por Humberto Castellanos Nuñez y Mabel Miriam Díaz Castellanos

Fotos por Izven Salmerón Altamirano

Las palabras se reproducen y van conformando imágenes: las tradiciones recordadas por los abuelos –quizá rememoradas a su vez de parientes más antiguos– permiten que las costumbres no desaparezcan. Y que, aunque persistan, recuperen esos elementos que hacen única a una comunidad.
Un grupo de habitantes de Santiago Suchiquiltongo, Etla, Oaxaca, se dio a la tarea –de forma independiente y por amor a la tierra– de hacer el rescate de la ceremonia llamada La peinadura que, básicamente, es el casamiento. No bastaba sólo con la tradición en sí misma, sino también había que trabajar en el rescate de los trajes usados por la comunidad hace cerca de cien años y los cuales se han ido perdiendo.
Luego de una investigación consistente en entrevistar a los abuelos, así como de localizar fotografías antiguas en casas de la comunidad, quizá guardadas en álbumes familiares, el ajuar tradicional salió a la luz gracias a la investigación de Humberto Castellanos Nuñez y fue atrapado por la cámara del fotógrafo oaxaqueño Izven Salmerón Altamirano. Una vez más: la imagen como parte de la memoria histórica de una localidad particular, ubicada en los Valles Centrales del estado.

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Suchilquitongo es una de las pocas comunidades que existe desde la época prehispánica (hecho evidente por su zona arqueológica del Cerro de la Campana) y cuenta con una amplia gama de celebraciones de todo tipo: mayordomías, bodas, bautizos, cumpleaños, por mencionar algunas. Así, los casamientos o fandangos –como le llamaban hacia finales del siglo XIX y principios del XX a las bodas religiosas– se particularizan en esta comunidad por bailar el son antiguo del guajolote en el segundo día de fiesta, el dedicado a las cocineras y madrinas del evento. 
La celebración de un casamiento en la comunidad a principios del siglo XIX implicaba un proceso y protocolo largo que iniciaba por lo menos con dos años de anticipación, cuando un joven hacía del conocimiento de sus padres la intención de contraer matrimonio; para ello, era necesario buscar a un chigul, la persona que representa a la familia del novio y realizaba una visita informal a la familia de la pretendida para hacer del conocimiento que se entraría en pláticas para concretar el matrimonio. 
Llegada la fecha establecida y en un acto protocolario, el chigul presentaba los padres del novio con los padres de la novia; estos últimos los reconocían e invitaban a pasar dentro de la casa para escuchar la petición de la familia. Después de un tiempo y cuando se hacía de su conocimiento una respuesta positiva, se fijaba una nueva fecha para llevar el presente, acto en el que los padres del novio hacían llegar a los de la novia diversos obsequios en señal de agradecimiento y para celebrar el futuro matrimonio: canastos de fruta, canastas con pan, tenates con frijol o maíz, flores blancas, chocolate, rejas de refrescos, cervezas, mezcal y de manera distintiva, un borrego en pie teñido con fuchina, sobre el cual se colgaban los aretes y cadenas de oro que la novia usaría el día del enlace matrimonial. En la llevada del presente y con el establecimiento de la fecha se instituía la cerrada de palabra, en la que además de otras cosas, se definía la fecha del matrimonio. 
Durante el tiempo de espera, ambas familias buscaban a sus familiares, amigos y compadres para notificarles del casamiento y solicitarles su apoyo para esa fecha. Por ejemplo, era común que con anticipación la chiguala, cocinera mayor, ayudantes de cocina, el carnicero y los varones que construirían la ramada, estuvieran al tanto de los avances y preparativos necesarios para llevar a cabo el matrimonio. 
La fiesta sólo podía llevarse a cabo en domingo, así que el sábado iniciaba la banda con sus alegres sones y marchas para acompañar en casa de ambas familias mientras se realizaban los últimos preparativos, la fiesta de la boda en casa del novio y la bendición en casa de la novia, donde también había que compartir el pan y la sal. Al siguiente día, se lleva a cabo la peinadura, momento en el que los padrinos de bautizo y próximamente de casamiento, visten a los novios y los llevan ya al templo religioso donde se lleva a cabo la ceremonia oficial. 
Al término de la celebración, todos los invitados salen rumbo a la casa del novio para llevar a cabo el fandango, donde los invitados presentan sus dilaguezas, que son obsequios para los recién casados que contemplan objetos básicos del hogar (metate, chirmolera, platos, jarros, tortilleros), semillas o incluso dinero en efectivo. 
Durante el segundo día de fiesta se bailaba –y aún hoy en día se baila– el Son del Guajolote, con versos compuestos para la ocasión por el cantor invitado también con un año de anticipación. 
Rescate de la vestimenta
Con motivo de las fiestas Patronales 2006 se llevaron a cabo las primeras investigaciones con adultos mayores de la comunidad acerca de la vestimenta tradicional de la comunidad, la cual consistió en realizar entrevistas para obtener la mayor cantidad de información y soporte fotográfico o documental que además de la vestimenta propia, trastocaba temas de tradiciones y costumbres ancestrales. 
El ajuar de la mujer está conformado por un refajo previamente almidonado de manta o popelina blanca con alforzas y bolillo en la parte baja, la falda es de percal en tres lienzos, siendo una fina tela de algodón hecha con un ligamento muy sencillo, la cual puede ser blanca o estampada en flores; se usa camisa de cajón con alforzas en la parte frontal, trasera y lateral, confeccionada con manos artesanales que remata en un fino fruncido, adornada con bolillo (cajón). Ciñe la cintura de la mujer un sollate hecho de palma y sobre de este dando vida al traje se usa ceñidor que es comúnmente una cinta tejida a manera de cinturón que se amarra alrededor de la cintura, el tejido es liso y sin figuras, pueden ser anchos o estrechos, dependiendo la edad del portador es el tejido empleado. 
Cubre el pecho de la dama una mascada que puede ser de seda o charmess, en tonos vivos lisos o estampados, calzan huaraches punteados característicos de la población por ser fabricados con una suela que termina en punta y talón entretejido con una sola pala. 
El cabello se trenza según la ocasión, ya sea en corona para asistir a los fandangos o para cuidar de los alimentos cuando se invita para ayudar en la cocina de una mayordomía, boda o velorio; o bien, en trenza suelta para cargar la canasta del mercado los miércoles de plaza en la Villa de Etla. La joyería es discreta, alhajas como aretes, ya sea de canasta, columpio, gusano o variante de acuerdo al gusto de cada mujer y cadena o torzal del santo de su devoción. 
Se usa rebozo de bolita finamente jaspeado, cuyo antecedente nos remonta a la época prehispánica, en la cual el algodón era mercado en bolita para poderlo hilar, prenda de una sola pieza con terminados anudados a mano en cada extremo llamados rapacejos. Doblado en muchos pliegues a lo largo se cruza como banda doble sobre la espalda, ciñendo la cintura y dejando caer las puntas sobre el pecho, las que debían colgar al frente sobre la mascada de la mujer suchilquiteca. 
La indumentaria varonil se distingue por el empleo de manta para su manufactura, tela a la que tenía acceso la mayoría de la población. Los hombres estos vestían calzones de manta con fundillo, una prenda que permite realizar las labores del campo (como ponerse en cuclillas o hincarse con facilidad para cortar pastura), acompañada de ceñidor, huaraches punteados y gabán, (en ocasiones especiales como el casamiento, la cofradía y fandangos de mayordomía) prenda a la que se hace alusión en los picarescos versos del Son del Guajolote. 
El capizayo o capote –llamado en zapoteco Yázapigáa, es decir, «capa de petate o yerbas– fue una prenda de origen prehispánico ampliamente utilizada por los pastores y campesinos oaxaqueños hasta bien entrado el siglo XX. Elaborado con diversos elementos vegetales (palma, totomoxle, eetc.), era una capa que funcionaba como impermeable durante la temporada de lluvias. El entretejido con que se formaba variaba de acuerdo a la habilidad de quien la elaboraba, el gusto del usuario y los materiales disponibles. 
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