LA FIESTA DE MUERTOS

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Por Jesús Verdugo
Ahí vamos, cargando coronas de flores y veladoras con nostálgicos grabados. Llenos de una felicidad contradictoria.
Es difícil entender lo que es desvelarte junto a un montón de tierra que cubre a tu padre, madre o tío, pero ahí no hay lágrimas, sólo un sentimiento extraño de cercanía.
Es una tregua con la muerte, que por una noche nos deja volver a convivir con los que se fueron, nos permite compartir un trago de tequila, un trozo de pan y algunas risas.
Abre sus puertas para que entren los músicos con su estruendosa tambora para alegrar lo que todo el año es un lúgubre jardín.
¿Quién no le ha hecho preguntas a una tumba?
Aunque pasen los años y el olvido se quiera hacer presente, el otoño nos recuerda la fragilidad de nuestras vidas.
Es obligado entonces el recuerdo de nuestros muertos, los que se nos escaparon sin permiso ni despedida.
Él, quien días antes prometió llevarte de paseo, te hablaba sobre planes a futuro y que ahora ya no lo volverás a
escuchar. Ese amigo del que ya no sabías mucho y nunca le saludabas por la calle, ahora que está realmente lejos, sólo por hoy volverás a saludarlo y bromear por su destino.
El 2 de noviembre se abre la frontera de los muertos para recordarnos que seguimos juntos… para hacer las paces con la vida.

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