DÍA INTERNACIONAL DE LA FOTOGRAFÍA

Por Rita Santiago

 Foto: © Lydia Lozano / Cortesía de Alquimistas Contemporáneoss.
Foto: © Lydia Lozano / Cortesía de Alquimistas Contemporáneos
Como un invento cuyo alcance no supo vislumbrar Baudelaire, la fotografía nace como un juego, como una apuesta de caballos y ricachones, como un remedio para la representación de la pintura, como una “sierva de las artes y la ciencia”, para después, ya colocada en los circuitos del arte, postrarse como la gran hacedora de la historia del siglo XX y XXI, como un lenguaje propio que se salió de su resignación primera a la verdad, la veracidad y el registro.
La fotografía ha traspasado fronteras y tiempos, esquemas, conceptos, limitaciones y latitudes. Consigo ha capturado guerras, campañas electorales, álbumes familiares, rastros perdidos de la historia, se ha convertido en movimiento y ahora desconoce sus límites con la superpoblación de “selfies” que la aquejan hoy en día.
De una simple vista (ni tan simple, porque llevó 9 horas) desde su habitación, Niépce inauguró el gran invento del siglo XIX, la promesa de representación fiel…
Pero de allí en adelante la fotografía se ha empeñado en salirse de las reglas que ella misma inventó, para pasar a ser retrato de ahogados (Bayard, quien a la par de sus contemporáneos descubrió un método para fijar imágenes, denunció con un bello y doloroso autorretrato en 1840 el olvido de su descubrimiento) y con ello, tan sólo un año después de su descubrimiento, se instauró como un medio para el autodescubrimiento, un lugar para la imaginación o un augurio de experimentación.
La fotografía ha sido un souvenir de turistas, un retrato para la posteridad, una reafirmación de ricos pero también un instrumento de marginados, un modo de protesta, un fetiche de coleccionistas o una voz para los sin voz, ha sido un recuerdo del pasado o una lanza para el futuro, se ha quedado en álbumes familiares, ha sido reconocida mundialmente como un brinco, ha condenado a muerte o ha dejado una huella tan indeleble en su quehacer, que no ha podido con el peso de saberse cómplice del momento.
En la iconografía nacional, soñamos con rostros indígenas, levantamos el vuelo a la par de las aves, convertimos en estatuas a las señoras de las iguanas, nos paseamos por La Merced sin conocerla, asistimos a los horrores de una historia de violencia desde la comodidad de nuestros periódicos, nos autorretramos heridos o simplemente le ponemos más aristas a un imaginario colectivo que nos ocupa primero como mexicanos o luego como ciudadanos del mundo.
Los fotógrafos son quienes, ya sea a través de cámaras hechas por el cuerno de un unicornio o con el último lanzamiento en el mercado, han capturado un pedazo de tiempo que, aunque parezca cliché, nunca, jamás, ni siquiera un segundo después, volverán a ser igual.
Ahora, 175 años después de su reconocimiento ante la Academia de Ciencias de París, donde diariamente se producen más imágenes que durante su primer siglo de vida, la fotografía sigue siendo un instrumento útil y hermoso, que como bien dijera Fontcuberta, en tiempos posfotográficos, “no hay buenas ni malas fotos, hay buenos y malos usos de las fotos”.
De ahí el gran reto que enfrentamos actualmente, un quehacer que parece autodefinirse y autoexpandirse, en donde nos insertaremos ya sea como ¿una foto más?, ¿un precedente para la historia?, ¿un exorcismo personal de creación?, y en donde, quiérase o no, dejamos una impronta a la posteridad, un recuerdo de lo que fue y nunca volverá a pasar.

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2 comentarios

  1. interesante reseña una platica rica de lugares ya comunes visuales y existenciales en esta humanidad que navega en su a planeta azul gracias Rita Santiago

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