Del cuerpo y su desnudez

Elizabeth Romero Betancourt

Neurológicamente la contemplación de formas humanas contribuye a la maduración del cerebro del recién nacido; la percepción visual a la edad de dos meses alcanza los 30 cm, distancia a la cual se encuentra, por lo general, el rostro de la madre. Los humanos tenemos fascinación por el rostro humano, en parte por empatía de especie y también por el desciframiento que poco a poco un sujeto va haciendo de las expresiones de las caras de los otros sujetos con los que convive: una habilidad de la que depende su sobrevivencia. Más tarde, mirar, oler, probar, oír, tocar a otros seres humanos es fundamental para el desarrollo de los hemisferios y el lóbulo frontal de una especie que vive en sociedad; es este último el director de las funciones cerebrales y ahí se localizan los rasgos típicamente humanos: inteligencia, memoria, conciencia, capacidad de adquirir conocimiento, control de emociones, previsión y otros. El agrado y el placer de mirar rostros y cuerpos forma parte de nuestra naturaleza; el desagrado y el displacer de hacerlo provendrán de situaciones que ponen en peligro nuestra seguridad o integridad, pero en esto intervienen factores no sólo naturales, sino culturales.

La repulsa y el morbo pueden ser aprendidos. Si culturalmente el cuerpo ha sido cargado de ideas y creemos que esas ideas nos ponen en peligro, enjuiciamos el cuerpo por las ideas, no tanto por lo que es sino por lo que significa.

El Génesis afirma que “Los dos, es decir Adán y su mujer andaban desnudos; sin embargo, no sentían vergüenza.”; después del incidente de la tentación y caída, “Dios les hizo unas túnicas de pieles a Adán y a su mujer, y los vistió”: es decir que antes de la expulsión del paraíso, dos adultos (para el caso, macho y hembra humanos con caracteres sexuales secundarios desarrollados, ambos con orientación heterosexual, cuya tarea es reproducirse) deambulaban exactamente como el mismo Dios los trajo al mundo y lo hacían con naturalidad. En este mito creacional, la existencia y mención de esas zaleas no sólo revela que los cuerpos fueron cubiertos poco tiempo después de ser creados, sino que, lejos de una simple metáfora, notifica que las nociones de prohibición, condena, vergüenza y culpa hacia el cuerpo formaban parte de la cultura de pueblos muy antiguos en donde el uso de vestimenta era obligado y la desnudez estaba normada.

En el Levítico se detalla con precisión que la desnudez propia no debe ser expuesta frente a parientes consanguíneos y políticos, y la desnudez de éstos no debe ser presenciada. En algunas versiones producto de traducciones no sólo pobres sino permeadas por la censura eclesiástica, la pura desnudez es sinónimo de cópula, pero hay que leer entre líneas, ya que lo que sí está claramente penalizado es la cópula entre homosexuales, el adulterio, el incesto y la zoofilia, es decir, actos sexuales consumados. De lo anterior se desprende que si estas prácticas eran sujeto de una normatividad es porque existían y, por otro lado, que la desnudez estaba considerada o bien preámbulo de, o bien una actividad sexual.
La entronización de las religiones monoteístas patriarcales trajo consigo la prohibición de la representación de imágenes (no observada por todas ellas) y una permanente tensión entre el cuerpo y la moral. Desde entonces, religión y civilidad, iglesia y estado andan entre las ropas y las sábanas de los feligreses y ciudadanos.
El desnudo en la pintura y la escultura estuvo, las más de las veces, justificado por el tratamiento de temas bíblicos o mitológicos. Durante siglos, héroes y dioses poblaron los lienzos de tal suerte que el cuerpo representado no pertenecía a seres humanos sino a personajes: ninfas, bacantes, sátiros, Hércules, Zeus, Afrodita, David y Goliat, Salomé, Sibilas, Magdalena; en todo caso, siempre se trataba de sujetos lejanos en el tiempo y la geografía y por consiguiente, el desnudo es más bien una cosa exótica.
Es bien sabido que los artistas empleaban como modelos a personas de carne y hueso, pero también que, en muchos casos, la imagen final era resultado del “montaje” de aspectos de varios modelos posando en distintos momentos -el cuerpo de una persona, el rostro de otra, reales o ficticios-, cuando no de cuerpos inertes. Es importante señalar que en los avances en la reproducción fiel de la anatomía intervino la experiencia de la contemplación y la disección de cadáveres. A Vesalio debemos las estampas del inventario total del cuerpo humano, esa máquina maravillosa dotada de huesos, músculos, piel, órganos y sistemas; sus dibujos y grabados –precisos, limpios- nos permiten saber del interior del cuerpo, pero por fortuna nos mantienen alejados de la crudeza y la repulsión. Una cosa es mirar el dibujo de los intestinos, una muy otra es presenciar un cuerpo destripado, la sangre y el hedor.
Lo que las artes plásticas nos habían permitido hasta antes de la invención de la fotografía fue una aproximación a la apariencia del cuerpo, un cuerpo recreado, inventado, pero no por ello carente de la potencia y la fuerza de lo humano, antes bien, el arte mismo, los artistas y sus estrategias para evadir toda clase de impedimentos suponen un triunfo más de la especie: la capacidad para imaginarlo, reproducirlo y significarlo. Un triunfo también de la pulsión de vida. De la creatividad y la sexualidad.
Hacia 1865, Gustave Courbet pinta El origen del mundo, un cuadro que permaneció oculto los siguientes 130 años. Un torso femenino con los muslos abiertos muestra un Monte de Venus de vello púbico oscuro y los pliegues de la vulva y las nalgas, un vientre perfecto, la hendidura del ombligo, el pecho izquierdo coronado por un pezón rosado y el izquierdo caído y sombreado por la sábana que quizá cubre la cara, ya que ni ésta ni el resto del cuerpo entran a cuadro. El verismo y la honestidad de esta imagen no produjeron ningún escándalo, toda vez que el propio autor –ni siquiera firmó el lienzo- y sus posteriores coleccionistas lo mantuvieron vedado al público. Fue en junio de 1995 cuando por fin pudo exhibirse en el Musée d’Orsay en París.
Según Michael Koetzle : “uno de los primeros clichés de Daguerre muestra que ya había acariciado la idea de fotografiar el cuerpo humano. Su ‘Naturaleza muerta con esculturas’ de 1939, un estudio de pequeño formato representando unas estatuas antiguas de yeso, puede interpretarse como un precedente rico en promesas eróticas.”
No se tiene registro del primer desnudo en fotografía, pero distintas investigaciones lo sitúan entre 1841 y 1849. Lo cierto es que hacia 1860 se presume que unos 5 mil daguerrotipos de carácter erótico fueron realizados principalmente en París. Ya en 1853 Disdéri fabrica las primeras tarjetas de visita –éstas masificaron el retrato- y las tarjetas postales, su producto consecuente, aparecerán en la década de 1870, muchísimas de ellas con temas eróticos, picarescos y pornográficos, factibles de ser llevadas en el bolsillo, de coleccionar e intercambiar.
Hoy en día es difícil imaginar y comprender el enorme impacto que estas imágenes causaron. La fotografía había nacido como una “técnica extraordinariamente fiel a la realidad”; las cosas que aparecían en una imagen eran cosas que existían, es decir, no eran inventadas o creadas (como en una pintura o un grabado), de manera que ver un cuerpo desnudo fotografiado significaba que ese cuerpo era real, el de una persona en el aquí y ahora. En el mismo sentido, las escenas que tenían lugar en una fotografía –poses sugestivas o explícitas, de una sola persona, de parejas o grupos- habían sucedido, habían sido presenciadas por el fotógrafo y ahora podían ser vistas por otros; esta ruptura de la intimidad, este acceso al ámbito de lo privado causó una especie de shock, tanto en quien las aprobaba y consumía, como en quien las repudiaba sin haberlas visto y sabía de su existencia. Las batallas contra la censura se multiplicaron.
Imaginemos el estado de ansiedad, cosquilleo y excitación (por deseo o por miedo a ser descubierto) de una sociedad contemplando estas imágenes en plena época victoriana, una etapa muy tensa de sexualidad reprobada . Los imperios europeos se extendían, el ferrocarril y el telégrafo acortaban distancias, los negocios prosperaban y una nueva burguesía alcanzaba poder adquisitivo . De las lejanas colonias llegaban noticias del harén y la odalisca; Sir Richard F. Burton introduce en Europa los manuales amatorios de India y Persia (Kama Sutra, Ananga Ranga y El jardín perfumado) y traduce Las mil y una noches (1883), obras que circularon subrepticiamente acicateando el deseo y la imaginación.

©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo
©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo

El arquetipo de la esclava sexual se vuelve una obsesión. Pintada durante casi todo el siglo XIX, la odalisca -y su ámbito: un gineceo propiedad del emperador o sultán- cautivó a numerosos artistas que trataron éste y otros temas adyacentes y fueron conocidos como Orientalistas; obras de Delacroix, Ingres, Lecomte de Nouy y Lewis recrean los ambientes del serrallo y sus delicias y se explayan en una figura femenina sensual y voluptuosa, desnuda o semidesnuda y rodeada del artificio de almohadas y cortinajes de telas y hechuras preciosas, así como de narguiles, abanicos, copas de licor y bandejas con frutas y otros alimentos. Y éstas representaciones configurarán un utópico escenario del placer, en donde la odalisca –para eso está- cumplirá a su dueño todas las fantasías sexuales gracias a su ars amatoria.
De ahí que la temprana fotografía erótica haya tratado temas y escenas similares, recurriendo a la exotización de personajes y situaciones, mediante telones, vestuario y utilería recreados en estudios de artistas y prostíbulos (el propio Delacroix junto con el fotógrafo Durieu crearon imágenes de desnudo artístico –los cuerpos empolvados, los genitales ocultos- con poses y escenarios venidos de la pintura). Para la segunda mitad del XIX, la fotografía pornográfica ya presentaba modelos con ropas habituales y en escenarios más reales con mobiliario contemporáneo (recámara, sala, jardín) y se explayó en un amplio repertorio de poses y prácticas explícitas acentuando la genitalidad.
Se calcula que sólo en Francia, al año se fabricaban 20 millones de postales de desnudo, entre 1919 y 1939. La producción masiva y el consumo de estas imágenes contribuyeron a exacerbar la cosificación del cuerpo, sobre todo el femenino, tendencia no ausente, desde luego, en otros tiempos. Gracias a los procesos de secularización y laicidad y al ímpetu mismo de la sexualidad, el arte de la segunda mitad del siglo XX replanteará el tratamiento de la corporalidad; de manera significativa, la fotografía contribuirá al debate sobre la persona, la apariencia, la identidad y la orientación sexual, entre otros tópicos, para dotar de nuevos significados al cuerpo.

En México-Tenochtitlan, mayo de 2009
Año del Mapa del Genoma Humano de los mexicanos

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©Colección José F. Gómez/Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo
©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo
©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo

Las imágenes que integran este portafolio pertenecen a la colección titulada Álbum Erótico. Colección José F. Gómez, manejada por el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (CFMAB), de Oaxaca, institución que generosamente aceptó compartirla con nuestros lectores.
Pocos datos se tienen de esta colección, integrada por más de noventa piezas, que cayó en manos del maestro Francisco Toledo, quien siempre interesado en la fotografía las rescató y puso a buen resguardo en el CFMAB, centro al que el artista plástico ha impulsado desde siempre, fomentando incluso una de las bibliotecas más ricas en materia de fotografía, a la que Toledo continuamente dona libros de reciente aparición que la mantienen al día en este ámbito.
Sobre la colección Álbum erótico, los datos disponibles hasta ahora hacen creer que son imágenes tomadas en los estudios fotográficos que datan de principios del siglo XX.
La mayoría de las fotografías circulaban como tarjetas postales, para publicitar el estudio del fotógrafo, o bien para clientela exclusiva; por supuesto su circulación era clandestina.
La importancia de estas imágenes radica justamente en su existencia prohibida, que da testimonio del desnudo fotográfico practicado en esa época, y que testifica el deseo permanente de mirar y la consecuente la prohibición –dado sus canales de distribución clandestinos- como acicate del mismo, mas nunca como obstáculo.

©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo
©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo

©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo
©Colección José F. Gómez/ Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo

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Un comentario

  1. Elizabeth, la felicito sobremanera por este artículo.
    «Un triunfo también de la pulsión de vida. De la creatividad y la sexualidad».
    Esta frase resume lo que sentimos los hombres frente al desnudo femenino expresado en el arte y en la vida real, este tiene un efecto casi mágico por lo cautivador, ejerce un magnetismo casi inexplicable y hasta difícil de entender para una mujer y para una dama como Usted. Es por eso que a través de la historia, desde los cimientos mismos de la humanidad, se empezo a ejercer una misoginia en la religión y la moral, que casi perdura hasta la actualidad, especialmente en los países menos desarrollados, y es que el hombre teme a este magnetismo animal que ejerce el desnudo femenino y desde siempre se asocio hipócrita y falsamente a la perdición moral del hombre, a su caída en desgracia, al pecado, a la lujuria y todo un sinfín de desventuras desde adán y eva mismos. Cuando solo era el temor consciente o inconsciente a la mujer, a su belleza, al poder que ejerce a través de su desnudes y su sexualidad y se puede llenar un cuarto entero de libros y ensayos para explicar sicoanalíticamente esto, temor, nada mas que simplemente eso.
    Ese poder femenino fué combatido cruelmente desde siempre, acusandolas de ser las causantes de las desgracias, de brujas, de arpías, castrandolas, hasta se discutia en la edad media en los concilios como cosa normal si es que la mujer era poseedora de un alma o no.
    Su artículo me agrado mucho y si ha escrito otros, por favor si me puede decir donde encontrarlos.
    albertoghiotto@hotmail.com

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