CHRISTA COWRIE, FOTÓGRAFA DE LO SUBLIME

La mente y la mirada de Christa Cowrie se mantienen en estado de alerta. A cuatro años de su “retiro” de los escenarios, aquellos donde acechó en la oscuridad el instante de máxima expresión de bailarines y actores, la fotógrafa sigue observando las fuerzas de la naturaleza, ahora en la danza de las olas, la manera en que se encrespan, agolpan y suavizan frente a la Playa de San Agustinillo, en la costa oaxaqueña.

Es un mar muy distinto al de Hamburgo, el puerto alemán donde nació hace 70 años, pero queda claro que le gusta el horizonte, la comunión de los azules. Antes de charlar sobre lo que ha sido una vida dedicada a las imágenes, por la cual recibirá la Medalla al Mérito Fotográfico en el 20 Encuentro Nacional de Fototecas, del Instituto Nacional de Antropología (INAH), decide su comida del día: sopa y un huachinango empanizado acompañado con papas.

Con un animoso acento alemán —que mantuvo pese a que llegó a México siendo adolescente, a bordo de un trasatlántico—, se advierte por teléfono que lleva una vida plena. Asegura que su vía para alcanzarla ha sido la fotografía, porque a través de ella “aprendes a ver al ser humano, a reconocerlo, a entenderlo. Casi como un psicólogo, sin necesidad de hablar”.

Ese afán de querer comprender lo que acontece, bajo un acto que sincroniza la mente y el ojo, le llevó a la fotografía. En la Casa del Lago, donde Lázaro Blanco daba sus cursos, aprendió a ejecutar en blanco y negro; y a color, con Carl Miller, fotógrafo de National Geographic, y con Guillermo Aldana, precursor de la icónica revista México desconocido. Hablando de referentes, tiene muchos, pero rescata la interpretación de las formas de la danza moderna en la lente de Barbara Morgan, célebre por sus retratos de la bailarina Martha Graham.

Quizá más conocida por su registro de artes escénicas, Cowrie jamás soslaya la que fue su gran escuela, el diario Unomásuno, del que fue fundadora, proyecto al cual se sumó tras el golpe a Excélsior, en 1976, donde laboró brevemente. Al respecto, destaca la visión de Manuel Becerra Acosta para crear un periódico que fomentó el llamado “Nuevo periodismo” en la prensa mexicana.

El director de Unomásuno fue consciente de llevar una imagen potente en la primera plana, “y dio a los fotógrafos la importancia que tienen sobre el hecho, porque la toma no sólo informaba, sino que editorializaba, brindaba una posición sobre los sucesos y servía al análisis político. Por eso, en esta época tuvimos el acierto de decir: ‘una imagen vale más que mil palabras’, y logramos ese impacto gracias a que siempre contamos con toda la libertad y la exigencia para trabajar”.

En tiempos convulsos, cuando la migración desde Centroamérica regresa a los titulares, Cowrie evoca los semblantes de los refugiados guatemaltecos que por vez primera vieron el mar frente a las playas de Campeche, esto a inicios de los años 80, periodo en que el gobierno mexicano abrió sus fronteras a los vecinos del sur que huían de la dictadura. Esa cobertura la realizó junto a Jeanette Becerra Acosta, y le resultó impactante.

Esa acción de acogida —reitera–, tuvo mucho que ver con la denuncia ejercida desde el Unomásuno; al igual que los amplios reportajes dedicados a trazar una radiografía de la miseria en México, la cual fue “sumamente analizada, tomada en cuenta, aunque poco se ha cambiado. Todos esos reportajes fueron destacados como información principal, verídica y bien investigada”.

Después de 12 años en la fotografía política y la documentación social, la fotógrafa méxico-alemana viró a las artes escénicas, un cambio de rumbo que le resultó natural porque durante buen tiempo practicó la danza y el retrato de esta disciplina. “Me permitió mantener la mente en estado de alerta. Es un curso intensivo de agilidad mental, porque requieres capturar el momento preciso en pleno movimiento del cuerpo.

“Hay un momento muy sublime en la ejecución del bailarín, el cual sólo es reconocido por el fotógrafo que ha dedicado muchas horas a entender en qué consiste la danza. Se trata de capturar el momento preciso en que el ejecutante trasciende su proceso de entrenamiento y eleva todos sus sentidos a través del movimiento dancístico. Es un instante sutil y debes tener un equipo de primera para cacharlo, porque a veces ocurre bajo una luz poco óptima. Si lo logras, tienes una imagen de fuerza expresiva única”.

De la danza admira el rigor y el compromiso total del bailarín con su cuerpo, la compenetración de su expresión con la música y la escena, algo que encuentra aún más atractivo en la danza contemporánea y la danza butoh, como lo deja ver su invaluable acervo legado a los centros nacionales de Investigación, Documentación e Información de la Danza “José Limón” (CENIDI Danza); y Teatral, “Rodolfo Usigli” (CITRU), ambos del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura.

Muy pocos, como Christa Cowrie, pueden preciarse de haber registrado tal cantidad de compañías teatrales y dancísticas, nacionales y extranjeras, una labor que realizó durante 16 años como fotógrafa del Festival Internacional Cervantino. A vuelo de pájaro, menciona Delfos, Contempodanza…, y reserva un lugar especial al Ballet Nacional de México —al que retrató por años— y a su directora Guillermina Bravo, el cual por 58 años fue el semillero más importante de bailarines y coreógrafos del país.

El galardón que recibirá el próximo 22 de agosto, junto con sus colegas Bob Schalkwijk y Maya Goded, en el arranque de las actividades del 20 Encuentro Nacional de Fototecas, en Pachuca, Hidalgo, reconoce más de cuatro décadas de una trayectoria, cuyos registros son ya un referente —si se quiere hablar de la historia del fotoperiodismo— del fotodocumentalismo y de las artes escénicas en México. Colecciones que están bajo resguardo no sólo del CITRU y del CENIDI Danza, sino del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM (77 mil piezas fotográficas, entre impresiones y negativos a color y blanco y negro) y del Museo Nacional de Culturas Populares.

Generosa como el mar, Cowrie da la impresión de no ejercer el apego, porque como ella misma expresa: “La fotografía hay que vivirla, con toda su pasión, con toda su intensidad ¡Hasta la médula! Hay que estar comprometido con este maravilloso instrumento que es la cámara, convertirlo en una extensión más de tu cuerpo, tus huesos, tus venas, dejar que fluya dentro de ti”.

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