A don José Ortíz Ramos, in memorian


Elisa Lozano[1]

Esta sección abordará diversos aspectos de un tipo de imagen particular; la móvil, es decir, la fotografía de cine y las múltiples especificidades que derivan de ésta. El objetivo es analizar y difundir el trabajo de los cinefotógrafos y fotógrafos de fijas mexicanos y extranjeros activos en el cine nacional a partir de 1931 a la fecha. Sin llevar un orden cronológico preciso y utilizando diversas herramientas metodológicas, se explorarán aspectos históricos, estéticos y técnicos, y se difundirá la riqueza de acervos especializados públicos y privados.

La primera entrega explora grosso modo el trabajo de José Ortíz Ramos, considerado el último pilar de la cinefotografía nacional del período clásico, cuya obra continúa en espera de un análisis crítico. Sirva este primer apunte como reconocimiento a su fructífera y brillante trayectoria.

Autor: No identificado María Antonieta Pons en un still de la cinta La vida Intima de Marco Antonio y Cleopatra (Roberto Gavaldón, 1946) fotografiada por José Ortíz Ramos.
Autor: No identificado María Antonieta Pons en un still de la cinta La vida Intima de Marco Antonio y Cleopatra (Roberto Gavaldón, 1946) fotografiada por José Ortíz Ramos.
José Ortíz Ramos nació en Tacámbaro, Michoacán, en 1911. Interesado en el cine desde muy joven se inició como asistente y operador de cámara del estadunidense Ross Fisher, quien junto a Jack Draper y Alex Phillips, sentaría las bases de la cinefotografía moderna. Posteriormente, Ortíz Ramos trabajaría junto al gran maestro, Agustín Jiménez en las cintas Aventurero del mar (Carlos Véjar, 1939) y La reina de México (Fernando Méndez, 1940). La película Por una mujer (Roberto Guzmán), marca su debut como cinefotógrafo, y aunque la misma pasaría inadvertida por la crítica, le permitiría familiarizarse con el complicado engranaje y manejo de la cámara móvil, e integrarse a una industria en formación en la que confluían los más notables escritores, artistas plásticos y fotógrafos.

Precisamente es durante esa etapa que Ortíz Ramos realiza obras fundamentales para la historia del cine nacional. Como olvidar la truculenta secuencia de la pelea en el interior de la celda de Lecumberri, de la cinta Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1947), en la que Pepe “el toro” (Pedro Infante) deja tuerto al asesino (Jorge Arriaga), para someterlo hasta arrancarle la confesión de su crimen, la muy célebre frase “Pepe el toro es inocente”, resuelta toda en dramáticas sombras, extreme close up y rápidos movimientos de cámara.

Y es que Rodríguez era un director absolutamente consciente de la efectividad de la imagen, checaba los emplazamientos y explicaba al cinefotógrafo exactamente lo que quería para obtener con él los matices de la fotografía, siempre en absoluta relación con el asunto.[2] Por ello filmaría también con Ortíz Ramos, la segunda parte de la historia Ustedes los ricos (1948).

Otros clásicos del periodo los filmaría Ortíz Ramos junto al gran maestro del cine urbano, el director Alejandro Galindo, para quien fotografía Una familia de tantas (1948), cuya secuencia inicial, una efectiva panorámica, permite observar la ciudad de México llena de contrastes entre la tradición y la modernidad; la iglesia, los modernos edificios, hasta detenerse en las blancas sábanas tendidas en la azotea, para introducirnos -mediante un dolly– hasta la intimidad de la recámara de la quinceañera “Maru” (Martha Roth), quien se revelará contra su tiránico padre (Fernando Soler) y los atavismos sociales.

Para el mismo director el fotógrafo filma el díptico Hay lugar para…dos (1948), Esquina bajan (1949), y en 1950, uno de sus trabajos más recordados, Doña Perfecta, protagonizada por Dolores del Río. Una película de absoluta sobriedad visual, regida por una iluminación en la que las luces y las sombras, cuidadosamente organizadas, dibujan estados metafóricos, ya que representan lo que viven y sienten los personajes, en este caso, la rígida Doña Perfecta y su apasionada y reprimida hija.

En la misma década Ortíz Ramos filma 71 películas; la mayoría muy comerciales, entre las que sobresalen las realizadas bajo la dirección de Luis Buñuel; La hija del engaño (1951), cinta de la que se ha destacado el esquema de iluminación mixta, así como el efectivo uso de la profundidad de campo “recurrente para desarrollar acciones simultáneas en un mismo encuadre en diferentes planos visuales” [3]; y Susana (1950).

Posteriormente José Ortíz Ramos tendría una afortunada transición del cine en blanco y negro al color. Esto será evidente desde sus primeros trabajos, pero sobre todo, en las decenas de comedias filmadas en los años sesenta: Agente 00 sexy (Fernando Cortés, 1967), Ensayo de una noche de bodas (José María Fernández Unsaín, 1967) Modisto de señoras (René Cardona Jr. 1969), que resumen el estilo imperante del momento; una tendencia a teatralizar la realidad, adoptando una paleta cromática de colores saturados, obtenida no tanto por los juegos de luces, sino por las emulsiones comerciales y que da como resultado una iconicidad limpia.

La madurez estilística y técnica de Ortíz Ramos, le permitirá apoyar el trabajo de nuevos cineastas, entre los que destaca Julián Pastor, con quien hace una excelente mancuerna creativa en las cintas La venida del Rey Olmos (1974), El esperado amor desesperado (1975), La casta divina (1976),[4] Los pequeños privilegios (1977), Estas ruinas que ves (1978) y Orinoco (1986). Todas ellas trabajos sobresalientes que dejan ver su maestría, gracias a la sensibilidad del director. De ese periodo sobresale también La Tía Alejandra (Arturo Ripstein, 1979); una inquietante historia, notable por el ambiente asfixiante, teñido de oscuros que apoyan el terrorífico relato.

Hombre discreto, poco afecto al culto personal y a la auto-promoción, en mi opinión poco valorado por el sistema, José Ortíz Ramos finaliza su carrera con la cinta Los años de Greta (Alberto Bojórquez, 1991), la historia de una mujer mayor, interpretada por la bella Beatriz Aguirre, que a pesar de algunas torpezas seniles, se redescubre y vuelve a valorar la vida, gracias a un grupo de amigos de su edad, muy bien interpretados por Luis Aguilar, Meche Barba, Esther Fernández, figuras inolvidables de nuestro cine, como él mismo cinefotógrafo, quien con este trabajo —signado por la sutileza de los movimientos de cámara, el uso de una iluminación naturalista y una paleta de pálidos colores— se retira de las pantallas nacionales, más no de la industria del cine. En reconocimiento a su trayectoria, la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas, la misma que en varias ocasiones lo nominó al premio Ariel [5], lo nombra miembro honorario, cargo que ocupa hasta su muerte, ocurrida el día 16 de diciembre del 2009.


[1] Investigadora y curadora independiente, desde hace varios años se dedica al rescate y difusión de la obra de cinefotógrafos y escenógrafos nacionales, así como a la de artistas plásticos relacionados con el cine. Ha sido editora invitada y/o articulista de las revistas Alquimia, Luna córnea, Acervos, Replicante, Correcamara. Actualmente forma parte del equipo de investigadores del proyecto “Cine y revolución”, coordinado por Pablo Ortíz Monasterio, y prepara un libro sobre el pintor Matías Santoyo.

[2] Ismael Rodríguez en Eugenia Meyer, (Coordinación del proyecto)Testimonios para la historia del cine mexicano, México, Secretaría de Gobernación, 1976.

[3] Claudia Negrete, “Buñuel y los cinefotógrafos mexicanos”, Alquimia, año 10, núm. 28, sep-dic. 2006, p. 27.

[4] Sin duda, el plano secuencia inicial, las panorámicas de los campos henequeneros, y el diseño de colores neutros, acordes a la sobriedad de la historia, son una de las más bellas imágenes del cine mexicano contemporáneo.

[5] José Ortíz Ramos estuvo nominado como mejor fotógrafo del cine nacional, por las películas: El camino de la vida (1957), La casta divina (Julián Pastor, 1978), Toña Machetes (1986) y El maleficio 2 (1987).

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