DESIERTO PROGRESO

 
[slideshow_deploy id=’39407′] A pesar de residir en el principal centro estratégico de las exportaciones e importaciones de la Península de Yucatán, miles de personas del municipio de Progreso, para trabajar, tienen que viajar -aproximadamente 40 km- casi todos los días a Mérida, donde son albañiles, empleadas domésticas, chóferes, estudiantes… Paradójicamente, sólo pueden permanecer en su tierra cuando, durante las vacaciones, los meridanos abandonan la “Ciudad blanca” e inundan las playas del puerto, que entonces sí necesita la presencia y los brazos de su gente para la industria del turismo, para un goce que no es el suyo, para “los otros”.
Sin embargo, en el tiempo de la normalidad no vacacional, la inmensidad y las posibilidades del mar se contrastan con las calles y rincones desérticos o la presencia casi azarosa de unos pocos que no tienen que emigrar. Éstos, los que se quedan, mantienen otra forma de relación con su entorno, mucho más íntima, casi necesaria, simbiótica. “Desierto Progreso” intenta captar esa dependencia cotidiana, así como la contradicción física y simbólica entre tener el mar y no tenerlo.
 
“Desierto Progreso. Los que se quedan” de Iván Galindez se exhibe hasta el 5 de junio en la galería de Arte de Iztapalapa, edificio G Planta baja de la UAM Iztapalapa.

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